Galápagos: las islas encantadas de Charles Darwin

«Estaba a pocos centímetros y ni siquiera se inmutó». La frase, entre la sorpresa y la incredulidad, habitual en Galápagos, refleja el comportamiento de varias especies de aves, mamíferos y reptiles del archipiélago. En su libro «Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo», Charles Darwin (visitante en 1835 de estas «islas encantadas») describe asombrado la extraordinaria mansedumbre de sus aves:

Un día, estando echado en el suelo, se posó un pájaro mimo o burlón en el borde de una vasija, hecha de concha de tortuga, que yo tenía asida, y empezó a beber tranquilamente el agua; me permitió levantarle del suelo en la vasija y casi cogerle de las patas.

De inmediato, Darwin sostiene algo perturbador. Al parecer, en tiempos pasados algunas aves -no sólo en Galápagos- eran mansas y fue la crueldad del hombre la que, progresivamente, las transformó en seres esquivos y desconfiados. Darwin refiere el relato de Cowley, quien en 1684 afirmaba que las tórtolas se posaban a menudo en los sombreros y los hombros de la gente, de modo tal que era muy sencillo capturarlas. Lo sorprendente, dice Darwin, es que no se hayan hecho más bravías en Galápagos, islas ubicadas a casi mil kilómetros de la costa ecuatoriana, asediadas durante muchos años por filibusteros, pescadores de ballenas y marineros que se entretenían matándolas.

Esta persistente mansedumbre, rasgo presente en otras especies de Galápagos, sigue maravillando en la actualidad a los visitantes del Parque Nacional. Tal vez, como escribió Darwin, las aves de este archipiélago no aprendieron todavía que el hombre es el depredador más peligroso que existe.

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