Ver estos delfines me recordó una vieja y extraña historia que un auténtico lobo de mar me había contado muchos años atrás, en algún puerto del otro lado del Pacífico. Tal vez en Bali; tal vez en el sucio Belawandelí. Se refería a un delfín que llegó a hacerse famoso a finales del pasado siglo, cuando los grandes veleros eran dueños del mar, y no existía radar ni sonar.
Uno de esos veleros intentaba cruzar la Gran Barrera de Coral que separa el norte de Australia de Nueva Guinea y que constituía uno de los lugares más peligrosos para la navegación de aquellos tiempos. Cuando más apurado se encontraba buscando el paso entre los arrecifes, el capitán advirtió que un delfín navegaba ante la proa de su barco. Por sus evoluciones y la forma en que se hundía y volvía a salir, parecía indicar que había fondo más que suficiente para que el barco pasara. Como sabía que los delfines buscan siempre pasos profundos, el capitán decidió seguirle, y de ese modo, conducido por el mamífero atravesó sin dificultad la Gran Barrera.
Al llegar a Puerto comunicó su descubrimiento a otros capitanes; y se dio el caso de que los siguientes barcos que llegaron al mismo lugar, también encontraron al delfín, que los pasaba como experimentado piloto, de una parte a otra del arrecife.
Durante años, la Gran Barrera dejó de ser, por tanto, una zona peligrosa, y el delfín se hizo famoso entre los navegantes de aquellos mares, hasta el punto de que se le conocía por un nombre —que siento no recordar—, y se dice que, en algunos puertos, se le llegó a levantar un pequeño monumento. Todo fue bien hasta que dos pasajeros borrachos se entretuvieron en disparar contra el pobre animal, que desapareció en las profundidades dejando una estela de sangre.
Los borrachos corrieron el peligro de ser linchados por la enfurecida tripulación, y durante dos años nada se supo del delfín, al que todos creían muerto. Transcurrido ese tiempo, volvió a hacer su aparición, y volvió a pasar a los barcos con la misma naturalidad y alegría de antes.
Tan sólo una vez, un barco se estrelló contra los arrecifes siguiendo las indicaciones del delfín; fue el barco desde el que, años atrás, le habían herido. Luego, y hasta que murió de viejo, prosiguió su tarea, sin que volviera a perderse ninguna nave.
(Fragmento del capítulo X de Viaje al fin del mundo: Galápagos, de Alberto Vázquez Figueroa)